Tres días. Pasan las horas y mi mente sigue sumergida en un misterio que soy imposible de saber del mismo. Tres días e incapaz de darle nombre a lo que me pasa. Tres días y la pregunta que quiero resolver no sale. Tres días y mi mente ya está cansada. Añoranza no es la cuestión. Sin embargo, una vez que te digo lo que siempre he querido decirte y siempre he deseado oír, me hundo. Se desvanece la imagen y el agua de mi interior sale, como si quisiesen darme lo que necesito y llego a unas incoherencias en las que yo mismo me pierdo. Yo no soy así, capaz de clavarte mis cuchillos afilados que siempre guardo. Nunca he deseado ni pensado clavarlos, pero en esta ocasión lo que más me sale es atacar, atacar desde lo más hondo de mi, como si lo que siempre he pensado, tenga ganas de estallar. Ahora hay poco que se pueda hacer, se reconoce lo lógico pero es ahora mismo cuando más necesito sentirme como nunca antes me he sentido, como si lo irreal, hasta entonces, pida un poco de atención para que en la realidad en la que vivo, vuelva a aparecer ese dulce olor a sal.